Beder Herrera :" Con miedo, solo y disminuido"
Sabe que el volumen del grito es inversamente proporcional a la convicción del gobernante. Intuye que la magnitud de la mentira va directamente relacionada con el nivel de temor que angustia al poderoso.Comprende que la acumulación repetitiva de argumentos falaces demuestra más impotencia cuanto mayor es la cantidad de voces de funcionarios obligados a recitarlos. El maquillaje de una pretendida “falta de seguridad” ya no es creíble ante la cobarde huída que encubre la suspensión del sentido aniversario riojano.
"La resistencia es un método de lucha “política” que cuestiona la colaboración o la obediencia a los gobiernos". (Randle)
La sociedad se debate en una encrucijada determinante para su futuro. Por un lado, la ancestral calma de los habitantes. Por otro, la devastadora intranquilidad de un modelo dañino que pretendió insertarse “cueste lo que cueste”.
Una tradición pesada de dominación e injusticia, hoy desafía la pasividad vocacional de nuestra comunidad. El costo de abandonar el tránsito pacífico por la vida riojana, es asumido por la fuerza de la Rioja Heroica, que imprimió las páginas de la Historia Argentina.
No es tan amargo el desafío puesto que hay una enorme convicción que ha derrotado las rancias estructuras de poder responsables de la histórica marginación de la vocación civil, en beneficio de unos pocos.
Un pueblo que no termina de sorprenderse ante la consumación de las suposiciones que siempre estuvieron: el gobierno no escatima los medios con tal de lograr su fin.
Derrotado en sus obscuros afanes mineros, donde confluyen dudosos intereses y acusaciones de la más baja laya, se esfuerza por evitar toda transparencia de sus actos, disfrazándolos con inculpaciones arteras, con teatralizaciones injuriosas; invirtiendo las responsabilidades.
El peligro radica en que tratan de desnaturalizar el conflicto y reducirlo a una disputa por simples intereses contrapuestos, cuando lo que está en juego son los derechos más escenciales. Los ciudadanos son lo suficientemente perceptivos para evitar repetir los principios de dominación a los que se oponen.
“Cuando las políticas simbólicas no funcionan, los ciudadanos no son dóciles y la gobernanza no alcanza, el estado aún se reserva el monopolio de la “violencia legítima” en esta alianza hegemónica”. (Mirta Antonelli).
La lucha ha vulnerado un sistema que parecía intocable y el pueblo se defiende con toda la sabiduría que tiene a su alcance. Discute, se organiza, se pelea, monitorea; casi sin percibir que en su dinámica va ejerciendo la manera más natural, más espontánea de la democracia y va resignificando permanentemente el proceso. En un esquema de supervivencia casi instintivo, la alineación suma adeptos entre parroquianos, vecinos, organizaciones, religiones, partidos políticos, entendiendo que las diferencias individuales son inferiores a una cruzada cuyo fin es supremo: la defensa de la vida.
Un estado democrático inteligente debería enriquecer en la disidencia su forma de gobierno y su conciencia moral. No obstante, jaqueados ante esta monolítica expresión de convicción cívica, acuden a todo tipo de ardides, comprometiendo la paz social y fomentando el imaginario de una desobediencia civil.
En el afán de desnaturalizar la lucha, es habitual encontrar exageraciones de toda índole, tendientes a desalentar a los desprevenidos y sumarlos a su capricho. Mientras que el pueblo, en su más ingenuo colectivo, aprendió a traducir las señales de debilidad que el enemigo pretende usar como banderas de firmeza.
Sabe que el volumen del grito es inversamente proporcional a la convicción del gobernante.
Intuye que la magnitud de la mentira va directamente relacionada con el nivel de temor que angustia al poderoso.
Comprende que la acumulación repetitiva de argumentos falaces demuestra más impotencia cuanto mayor es la cantidad de voces de funcionarios obligados a recitarlos.
En este esquema que pone de manifiesto la gran desigualdad de poder reinante, el autócrata está propiciando un clima de violencia estructural, donde las necesidades y demandas de la población son descartadas mediante abusivas medidas de los todos los Poderes, que aún responden a él.
Si bien, la propensión general de la lucha es pacífica, el estado maneja a traición algunos resortes de provocación que detonan en un aparente clima de hostilidad de los pobladores. Esto no es lo más grave.
Lo realmente preocupante es que tanto escamoteo de verdad va generando un estado de zozobra que deja entrever la intención escondida de utilizar esa “violencia pseudo legítima” de la cual tienen el monopolio, mediante la represión.
“Los gobiernos necesitan más al pueblo que el pueblo a los gobiernos” (Randle).
Las encolerizadas palabras de Beder Herrera durante la semana pasada, no dejan duda, a pesar del envoltorio de “paciencia” con que quiso disfrazarlas, que va masticando por anticipado la sentencia inapelable que el pueblo dictaría este 20 de mayo. Sabe que esta vez no está de vacaciones, ni va a poder verlo por TV.
El maquillaje de una pretendida “falta de seguridad” ya no es creíble ante la cobarde huída que encubre la suspensión del sentido aniversario riojano.
Como sucede la mayoría de las veces con la mentira, se ha convertido en auto engaño y las lecturas políticas van haciendo una espiral vertiginosa hacia el abismo. Revela su desorientación política que ha llevado a su séquito a niveles de confusión tan grande, que han perdido la brújula de la realidad.
Hoy más que nunca, el gobernador debe ser reflexivo y comprender que su obcecación por las megamineras, sacó su peor debilidad. No sólo ante su pueblo, sino ha desvirtuado la capacidad crítica de sus propios funcionarios, minando la creatividad indispensable para mantener el liderazgo que ostentaba.
El nivel de enfrentamiento ha convertido a la resistencia en una ofensiva pacífica y plural, que sumada a otras acreencias que parecía el pueblo había resignado, van coaccionando el cambio de rumbo en la política gubernamental.
Sabe que las transformaciones suceden de ambos lados, de no comprenderlas, está poniendo en juego su gobernabilidad.
Él entiende que si algo de dignidad le queda, tendrá que refugiarse en sus palabras, sumergirse en la oriental “paciencia” y presenciar solemnemente la ruptura de los contratos mineros antes que se le incendie el devaluado contrato social que ha prometido a sus gobernados.
Al fin de cuentas, el hombre es esclavo de sus palabras.
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