domingo, 4 de abril de 2010

La formula de Eduardo MENEM que quiere aprovechar Kirchner




Un domingo de diciembre de 1993, a la hora de la siesta, los radicales Raúl Alfonsín y Antonio Berhongaray se encerraron con los peronistas Eduardo Menem, Eduardo Bauzá y Carlos Corach, en el departamento del empresario Gabriel Romero. Allí diseñaron la cláusula más delicada de la Constitución que habían decidido reformar: el álgebra del acceso a la presidencia de la Nación. Néstor Kirchner sueña con ser el primer peronista que aproveche la conquista de aquellos tres hombres de Carlos Menem.
Los peronistas, que ya habían aceptado el sistema de ballottage, impusieron los porcentajes que bastarían para evitar esa segunda vuelta. Primero, vetaron el convencional 50%, que rige casi todos los sistemas de segunda vuelta. Alfonsín aceptó bajar esa valla hasta el 45%. Pero Menem, Bauzá y Corach le arrancaron una fórmula menos exigente: si el candidato que sale primero araña el 40%, pero le saca 10 puntos de diferencia al segundo, no habrá otra elección. A Menem, Bauzá y Corach no les preocupaba, esa tarde, garantizar que los futuros gobiernos nacieran de un consenso amplio. Les interesó más asegurarse que el ballottage no fuera, de por vida, la proscripción para el PJ. Por eso repasaron la historia electoral de su partido, se fijaron en los peores resultados y, con arreglo a ellos, pusieron las cifras.

Néstor Kirchner sueña con ser el primer peronista que aproveche la conquista de aquellos tres hombres de Carlos Menem. En estos días, calcula que la única chance que se le ofrece para ganar la presidencia en 2011 es la de ese pacto preconstituyente. Cuarenta más diez es, hoy, el número mágico de Olivos.

Kirchner sabe que, dado su enorme desprestigio, le sería imposible ganar en una segunda vuelta.  Debe evitar el ballottage. Conseguir el 45% de los votos sería casi un milagro: es lo que obtuvo su esposa en 2007, cuando ni el conflicto con el campo, ni la derrota del 28 de junio, ni la compra de los 2 millones de dólares, ni tantas otras cosas habían ocurrido.

En consecuencia, Kirchner debería embocar sus ganas de mandar en una ranura muy estrecha: estirarse hasta el 40% de los sufragios y dividir a la oposición para que cualquier otro candidato no saque más del 30%. De este segundo cometido no necesita ocuparse, ya que se está encargando la propia oposición.