No tiene caballo ni le interesa. Pero es un paisano con todas las letras. Su sola presencia ya es parte del paisaje de la peatonal.
Cada zapato que pasa por sus manos es como si fuese el primero. Aún cuando se dedica a lustrar calzados desde que tenía 10 años. Del cajón de madera que construyó, pasó al maletín y hasta vio cómo una de las calles más transitadas del centro sanjuanino, se transformaba en peatonal. Carlos Almada tiene 50 años y desde hace 30 es uno de los personajes que no pasa inadvertido en el microcentro sanjuanino. Caracterizado de gaucho, siempre con una escarapela y una cinta celeste y blanca rodeando su sombrero negro, es el lustrabotas más famoso de la peatonal.
Sus manos se mueven rápido. Primero cepilla los zapatos, después con sus dedos coloca la pomada. Y en pocos minutos, ese calzado ajado, lleno de tierra, empieza a tomar brillo. Dice que es lo que hace desde que estaba en la escuela. Pero Carlos no siempre estuvo en el centro. Cuando recién empezaba a lustrar zapatos iba casa por casa. Una costumbre que se fue perdiendo con el tiempo. Fue entonces cuando Carlos, más conocido como el gaucho, decidió instalarse en el centro.
No pertenece a ninguna agrupación gaucha y ni siquiera le interesa tener un caballo. Aún así dice que al gauchaje lo lleva bien adentro. No se pierde jineteada ni las tradicionales cabalgatas a la Difunta Correa. Hasta se hizo hacer un distintivo de cuero que lleva en su pecho y en el que, además de la escarapela, está escrito su nombre.
Entre cliente y cliente, Carlos escucha la radio. Siempre buscando en el dial alguna canción folklórica. Tiene una guitarra, pero dice que nunca aprendió a tocarla. Lo único que le importa es dejar como nuevos esos zapatos viejos.
Sus manos se mueven rápido. Primero cepilla los zapatos, después con sus dedos coloca la pomada. Y en pocos minutos, ese calzado ajado, lleno de tierra, empieza a tomar brillo. Dice que es lo que hace desde que estaba en la escuela. Pero Carlos no siempre estuvo en el centro. Cuando recién empezaba a lustrar zapatos iba casa por casa. Una costumbre que se fue perdiendo con el tiempo. Fue entonces cuando Carlos, más conocido como el gaucho, decidió instalarse en el centro.
No pertenece a ninguna agrupación gaucha y ni siquiera le interesa tener un caballo. Aún así dice que al gauchaje lo lleva bien adentro. No se pierde jineteada ni las tradicionales cabalgatas a la Difunta Correa. Hasta se hizo hacer un distintivo de cuero que lleva en su pecho y en el que, además de la escarapela, está escrito su nombre.
Entre cliente y cliente, Carlos escucha la radio. Siempre buscando en el dial alguna canción folklórica. Tiene una guitarra, pero dice que nunca aprendió a tocarla. Lo único que le importa es dejar como nuevos esos zapatos viejos.
