Desde hace tiempo somos espectadores de una lamentable y degradante escenografía urbana en horas de la madrugada.
Es sumamente triste observar el deambular de niños adolescentes, chicas semidesnudas en estado de ebriedad, que es lo mismo decir en estado de total vulnerabilidad a los peligros de la noche, escenas familiares con mal humor, zombis esforzándose a sobrevivir con el resto de la familia cuando no se pasan la tarde del día después durmiendo para recuperar horas de sueño.
El horario compulsivo que han establecido los propietarios de boliches, no hacen más que atentar contra la vida en familia y a su organización.
Se somete no sólo a la familia sino al joven a un gran esfuerzo a permanecer despiertos hasta que llegue la bendita y anhelada hora de salida.
No menos perjudicial es la hora de retorno, casi coincidente con la hora de hacer una salida al aire libre, o a la reunión familiar de los domingos en la que el individuo en cuestión se sienta a la mesa del almuerzo en estado de semiinconciencia para luego desaparecer por el resto del día.
¿Qué necesidad hay para que una noche de diversión sea tan desgastante y en tributo a qué sostenemos esta costumbre que va totalmente a contramano de una vida armoniosa?
Y así, como sin querer, el camino queda abonado para alentar la ingesta de drogas para estar despabilados, vigorizados, energizados y rematando con conceptos como que la alcoholización lleva a la diversión, etc.
Por gracia o desgracia, tenemos la capacidad de irnos adaptando a situaciones de empeoramiento. Cuando uno piensa que hemos tocado fondo, con el simple pasar del tiempo nos damos cuenta que añoramos ese momento pasado, ya que aquello era una pequeñez a lo que hoy tenemos que soportar.
Víctimas del desgano, vencidos y doblegados por la cultura de la facilidad y el exceso, terminamos aceptando resignadamente la ausencia de controles y límites, con una visión de destino fatal, encomendándonos a la providencia para que nuestros hijos regresen sanos y salvos.
Se hace necesario abrir el debate para poder encontrar respuestas sinceras, un debate abierto entre la comunidad de padres, la comunidad educativa, la policía juvenil, psicólogos, sociólogos, y en menor medida con los que lucran con esta triste historia, que seguramente serán las voces que más se sientan defendiendo su cuota de interés particular.
En países desarrollados, si bien no están exentos de problemas, los horarios de boliches bailables están regulados desde aproximadamente las 21 a 1 de la madrugada. En donde no pueden circular menores a partir de cierto horario. Es que acá a falta de problemas desrregulamos todo, dejando liberado al destino a nuestros más caros intereses: nuestros hijos.
Hay que desterrar preconceptos como que la diversión es más divertida a determinadas horas, que no hay diversión sin alcohol, etc. En generaciones anteriores, nadie se privó de bailar, divertirse, enamorarse y hacer pareja por una cuestión de horario.
En este estado de flaccidez social, ¿cómo se puede poner orden, o al menos comenzar a ponerlo?
Aceptando que el hombre es un animal de costumbre, deberíamos comenzar gradualmente a acotar y regular los horarios de los boliches, en donde las autoridades deberán aceptar a pagar algunos costos políticos, que seguramente los padres y la comunidad en general agradecerán en un breve lapso de tiempo.
PERO ACA PUEDE MAS EL DINERO, ESTOS SEÑORES QUE APRIETAN A GOBIERNOS DÉBILES DE TURNO, COMO SE PONE ORDEN ??