miércoles, 8 de septiembre de 2010

Paradoja de un país desparejo




El mapa político de la Argentina presenta rasgos singulares. Seis provincias se destacan por un nivel de desarrollo económico y político propio de las sociedades democráticas. Se trata de Buenos Aires, Córdoba, Santa Fe, Entre Ríos, Mendoza y la ciudad Autónoma de Buenos Aires. En estos distritos, la calidad de vida de la sociedad tiene una mayor correspondencia con la institucionalidad política, lo que ha permitido alternancias y ha reducido la gravitación de los caudillos. La Rioja, ¿en que lugar se encuentra?
En una zona intermedia se ubican provincias como La Pampa, Salta, Neuquén y Río Negro donde ciertas franjas de modernidad coexisten con hábitos tradicionales basados en el caudillismo y el escaso reconocimiento a las instituciones de la república. Capítulo aparte -y motivo de otra editorial- es el caso del llamado conurbano bonaerense, un verdadero tumor político y social de la Nación que reclama de un estudio sereno para resolver el cúmulo de problemas ocasionados por la pobreza, el delito, la concentración urbana, la corrupción política y el clientelismo desenfrenado.

En el otro extremo se encuentra un puñado de provincias, las denominadas genéricamente provincias pobres, donde predominan las sociedades jerárquicas, con amplios bolsones de pobreza, hábitos clientelísticos descarnados y caudillos políticos que se perpetúan en el poder dando lugar, en más de un caso, a verdaderas dinastías.

En la mayoría de estas provincias la alternancia política se da en contadas ocasiones y, en cuatro de ellas: Formosa, San Luis, Santa Cruz y La Rioja se ha mantenido el mismo signo político y, en algunos casos, el mismo apellido en el poder.

En los escasos ejemplos donde hubo rotación en el poder, quienes lo asumieron reprodujeron en líneas generales los mismos hábitos que criticaron en su momento. Los casos de Santiago del Estero y Corrientes son ilustrativos al respecto. Pareciera que estas sociedades se fueron modelando y disciplinando en el respeto a las jerarquías y reclamando de caudillos paternalistas la distribución de dádivas desde el poder.

Lo sorprendente es que en dos de estas provincias -La Rioja y Santa Cruz-, surgieron dirigentes políticos que han presidido el destino del país en los últimos veinte años. Se trata de Menem y Kirchner, quienes además se han esforzado por trasladar a la Nación los mismos hábitos políticos que practicaron en sus territorios.

No deja de llamar la atención que estos regímenes políticos, semejantes a las satrapías de la antigüedad, y que en términos de población nacional representan porcentajes ínfimos, hayan logrado proyectar sus dirigentes a escala nacional. Asimismo, resulta interesante observar que estas provincias suelen disponer de formidables recursos coparticipables que, puestos a disposición de un caudillo o una familia, les permiten no sólo practicar el clientelismo más recalcitrante, sino deformar las instituciones y someter a los partidos políticos opositores.