El pedido del premier británico David Cameron a los desocupados de su país para que dejen de tener hijos porque el Estado gasta demasiado en subsidiarlos es una provocación tan artera como sagaz.
La temeraria solicitud desató toda clase de tormentas. Llovieron los fantasmas de las teorías de Thomas Malthus, que a fines del siglo XVIII y principios del siglo XIX, en su Ensayo sobre el principio de la población, advertía que el ritmo de crecimiento de la población conduciría a una catástrofe porque no alcanzarían los alimentos para darle sustento a toda la humanidad, por lo que recomendaba el camino de la contracepción o anticoncepción.
También hubo rayos y centellas en favor de la postura del inglés, que en el caso argentino impactaron directamente sobre el programa nacional de Asignación Universal por Hijo. No son pocos -para nada- los argentinos que denostan ese plan, al que llegan a calificar como una política estatal que les paga a los pobres para que tengan hijos. También tronaron los planteos éticos y religiosos, vinculados a una pregunta a la vez profunda y de amplio espectro: ¿puede la política decirles a las personas cuántos hijos tienen que tener?
Sin embargo, una cuestión quedó tapada en esta tempestad: de allí la peligrosa inteligencia del planteo de Cameron. La pregunta es por qué la política, en todo caso, no se dedica a encontrar las soluciones para la pobreza. Por qué, en lugar de invocar la contracepción, no se encarga de que los que llegan al mundo tengan asegurada salud, alimentación y educación, para que esté garantizada una ancha base demográfica que, mañana, sea la fuerza laboral que seguirá sosteniendo la economía y los sistemas de seguridad social y de previsión. Tener una población activa superior al número de niños y de ancianos es lo que se conoce como bono demográfico: de las políticas públicas depende la posibilidad de aprovecharlos.
Por cierto, lo que se demandan son programas de Estado, y no planes que den lugar al clientelismo, los que morigeran la pobreza pero, igualmente, dejan a sus millones de beneficiarios sumidos en ella.
Condiciones de vida
Los procesos demográficos sólo pueden ser apreciados en el largo plazo, de modo que si bien se puede tener una estimación del impacto económico del programa nacional de Asignación Universal por Hijo, no puede contarse con un cálculo acerca de sus consecuencias en materia poblacional, teniendo en cuenta que lleva apenas dos años de aplicación práctica en el país.
En cambio, sí puede observarse el fracaso anterior de otra política de población sustentada en un subsidio público en la Argentina durante el siglo XX. Se trata, sin más, del Salario Familiar, aún vigente en los sueldos de muchos argentinos, que fue implementado con el objetivo de promover que las familias tuvieran más hijos porque eso mejoraba los ingresos. Pero no logró que aumente la tasa de natalidad de la Argentina. De hecho, esta viene decreciendo sin pausa: los argentinos deciden tener menos hijos.
Justamente, la respuesta acerca de por qué las familias pobres son las que más hijos tienen se da en dos niveles. El primero refiere a la realidad cotidiana de los desposeídos. "En los ambientes de pobreza hay poca educación, y la educación sexual no está incluida, y la exclusión social está ampliada. Los embarazos empiezan en la adolescencia, en numerosos casos con niñas mal nutridas y con mayor riesgo de no supervivencia infantil. Los intervalos intergenésicos son cortos (un embarazo tras otro) y hay muchos embarazos y muchos hijos a lo largo de la vida", sintetiza la pediatra y epidemióloga tucumana Evelina Chapman, desde Guatemala.
"Los pobres no acceden a la satisfacción de las necesidades básicas, a mejores alimentos ni a mejores estudios: sólo a planes y plancitos. No ingresan al mercado laboral salvo para trabajar como empleadas domésticas y como jornaleros. Así que no es una cuestión menor considerar que, acaso, el placer que les queda a los pobres es, tal vez, el sexo. Pero no hay acceso a anticonceptivos", completa la experta.
El segundo nivel refiere a procesos más complejos y una expresión los sintetiza: transición demográfica.
Natalidad y mortalidad
La transición demográfica está vinculada con la industrialización y la modernización de los países. Antes, las tasas de mortalidad infantil son altísimas y, por la misma razón, las familias tienen muchos hijos ya que la posibilidad de sobrevida de los pequeños es escasa. Pero, como se observó claramente en Europa, tras la Revolución Industrial mejoran las condiciones de vida y también la calidad de los alimentos. En un primer momento de la transición demográfica cae la mortalidad infantil pero las tasas de natalidad se mantienen altas. Luego, las familias comienzan a tener menos hijos y la transición se completa.
El trabajo Pobreza y comportamiento demográfico en la Argentina. La heterogeneidad de la privación y sus manifestaciones, de Gustavo Álvarez, Alicia Gómez y María Fernanda Olmos, puntualiza, tras estudiar distintos países de América latina, que los procesos de transición comenzaron en las zonas más urbanizadas, por un lado, y en los estratos medios y altos, por otro.
En cuanto al primer aspecto, el geográfico, numerosos especialistas coinciden en que la política de población que aplican Juan Bautista Alberdi y Domingo Faustino Sarmiento cuando abren el país a la inmigración determinan que se dispare en la Argentina (y también en Uruguay) una urbanización temprana respecto de América Latina. A esto se suma que los que venían especialmente de Europa ya habían completado su transición demográfica en el Viejo Continente, de modo que ya aquí compusieron familias no muy numerosas. Esa inmigración de ultramar impactó sobre todo en Buenos Aires, Córdoba y Santa Fe. Muchos demógrafos cuentan ese asunto como uno de los elementos que explican el envejecimiento de la población de la región pampeana.
En cuanto al segundo aspecto, el socioeconómico, la transición demográfica sólo fue completada por los estratos medios y altos porque los pobres aún sufren altas tasas de mortalidad infantil. Lo dice Marcos Buchbinder en el trabajo Mortalidad infantil y desigualdad socioeconómica en la Argentina, en el cual muestra que la mayor incidencia de familias con carencias se encuentra en el NOA y en el NEA.
"Los grupos poblacionales que viven en las áreas con el mayor porcentaje de pobreza (medido a través del índice de Necesidades Básicas Insatisfechas) tienen mayor riesgo de muerte. Esto se comprueba en la mortalidad neonatal, donde puede observarse que el riesgo de óbito para los niños cuyas madres viven en aquellas zonas, se ha mantenido en comparación con las áreas menos pobres (...). Con respecto a la mortalidad postneonatal, si bien el riesgo ha disminuido (...), se mantiene en niveles muy altos, tanto es así que ese riesgo de los niños del área más pobre duplica el de la zona más favorecida".
El trabajo de Álvarez, Gómez y Olmos repara en otro contraste. La transición demográfica de las sociedades que "inventaron la modernización" es el corolario de profundos cambios en los comportamientos (reproducción, constitución de las familias, participación social de la mujer) y las condiciones estructurales (urbanización, diversificación del mercado laboral), donde la fecundidad es regulada por métodos anticonceptivos modernos.
En cambio, en las sociedades donde la modernización es parcial, la reducción de la fecundidad se obtuvo mediante la implementación de programas de planificación familiar, anticipándose a los cambios en las pautas culturales. "Eso primó en Latinoamérica -advierten-, donde se incorporaron las tecnologías anticonceptivas pero no las mejoras en las condiciones de vida propias de la modernización".
Proporcionalidades
Según este estudio, la Argentina está finalizando su transición demográfica, situación que la distingue de la mayoría de los países latinoamericanos. "Los estratos medios y altos han finalizado la transición y tienen, por lo tanto, un bajo crecimiento actual y un bajo potencial de crecimiento.
Los estratos bajos, en tanto, tienen un alto crecimiento actual y un crecimiento potencial en vías de disminución: la velocidad de disminución directamente proporcional al mejoramiento de sus condiciones de vida. Así, el actual crecimiento de la población de la Argentina está esencialmente sostenido por el potencial de crecimiento demográfico que aún poseen ciertos grupos, en razón de sus precarias condiciones de vida".
En otras palabras, el tamaño de las familias decrece en el paso de la pauperidad al bienestar. La solución, por tanto, es obvia.
En cambio, proponer una caída del número de pobres no por medio de medidas que los saquen de la carestía sino con una anticoncepción en nombre del fisco es malthusianismo contemporáneo.
Porque, con independencia de los debates sobre lo que la indigencia le cuesta al erario, a los desposeídos la pobreza les cuesta la vida.
Por cierto, si la respuesta es que siempre hubo pobres, la conclusión es que la evolución natural va más rápido que la evolución social.