Por Marcelo Zlotogwiazda para El Argentino. Los acuerdos de inversión para La Rioja y San Juan que se firmaron la semana pasada en China se agregan a una vasta lista de proyectos ya en construcción, la mayoría en el noroeste, y no pocos en la Patagonia. Se espera que tanto la demanda mundial de oro como la de cobre (los dos productos locales hasta ahora más relevantes para la Argentina) se mantengan sostenidas.
Julio De Vido dijo durante la reciente gira por China que en el gobierno “estamos convencidos de que la Argentina a fines de la segunda década del siglo XXI será uno de los más importantes jugadores internacionales en materia minera, liderando producciones de cobre, oro, plata, litio, potasio y boratos”. Los funcionarios suelen exagerar optimismo, y este gobierno no es la excepción. Viene al caso recordar que luego del primer viaje del entonces presidente Néstor Kirchner a China en 2004 llegaron al ridículo de anunciar que se venían inversiones chinas por 20.000 millones de dólares. Pero esta vez hay sobrados elementos como para tomar en serio el pronóstico del ministro de Planificación.
La minería argentina viene creciendo a pasos gigantes, fundamentalmente impulsada por capitales extranjeros. Atraídas por un territorio con apreciable cantidad de reservas, y por una legislación muy concesiva votada en los años ’90, se radicaron inversiones procedentes de treinta países, hay actualmente diez veces más emprendimientos que hace siete años, y en ese período la producción se multiplicó por más de tres. Quizás el dato que mejor ilustra tanta pujanza sea que las exportaciones de oro y la de cobre ya se entreveran entre las diez principales de la Argentina. En los primeros cinco meses del año la venta al exterior de oro para uso no monetario alcanzó los 791 millones de dólares, tras un salto del 150 por ciento respecto de igual período de 2009; la de cobre fue de 733 millones, con un aumento del 66 por ciento.
Las perspectivas son aún mejores. Los acuerdos de inversión para La Rioja y San Juan que se firmaron la semana pasada en China se agregan a una vasta lista de proyectos ya en construcción, la mayoría en el noroeste, y no pocos en la Patagonia. Se espera que tanto la demanda mundial de oro como la de cobre (los dos productos locales hasta ahora más relevantes para la Argentina) se mantengan sostenidas, y en consecuencia se vislumbran buenos precios para ambos. Esa coincidencia es toda una novedad histórica, ya que generalmente el oro subía cuando había inestabilidad política y bajo crecimiento, y el cobre cuando el crecimiento era alto y había estabilidad. Ahora están subiendo los dos: el cobre por la demanda de China e India, y el oro como refugio ante la crisis financiera.
Además de los productos tradicionales, la Argentina es uno de los pocos países del mundo con reservas de litio, que es la estrella de moda y la más prometedora de la minería. El litio se usa como materia prima en la industria del aluminio, en la farmacéutica, en la cerámica, en la química, entre otras; pero su trascendencia se amplificó muchísimo como insumo para batería de celulares, de computadoras y, esencialmente, para batería de automóviles. El precio de la tonelada de litio se decuplicó en los últimos seis años. Y lo que se proyecta a partir de la masificación del auto eléctrico es impactante: según la firma de investigaciones de mercado Fuji-Keizai, el mercado global anual de baterías para autos pasará de 27 millones de dólares el año pasado a 25.000 millones en 2014. Desde hace varios años una empresa estadounidense está extrayendo litio del Salar del Hombre Muerto en Catamarca, y hay proyectos en ejecución por parte de subsidiarias de las japonesas Mitsubishi y Toyota en salares de Jujuy.
Pero a pesar de que el potencial de la minería es más que alentador, la forma en que el sector se está expandiendo limita sobremanera los beneficios que la sociedad podría obtener de esta ventaja comparativa de la economía argentina. Hasta ahora la minería se ha configurado como una actividad extractiva que agrega muy poco valor, que se orienta casi por completo a la exportación de materia prima, que goza de tratamiento tributario muy favorable, y que en varios de sus proyectos rutilantes recurre a modos de producción reñidos con el cuidado ambiental.
De todas estas características negativas, la única que ha despertado preocupación, debate e iniciativa política ha sido la última. La protección de los glaciares ha motivado una ley que Cristina vetó a pedido del lobby minero (empresas y algunos gobernadores), y que ahora ha vuelto a tener tratamiento parlamentario. A lo que se suma la intensa resistencia de grupos ambientalistas y lugareños a la explotación de megaminería a cielo abierto, y en particular al uso de cianuro.
Del resto más bien poco. El Gobierno se conforma con que la minería siga creciendo sin importarle su transformación en algo más que un sector extractivo, y aceptando pasivamente que el fisco capture una parte muy baja de la renta extraordinaria que generan estos recursos no renovables. Desde la oposición se escuchan voces críticas muy aisladas, en especial desde el bloque Proyecto Sur.
Algunas otras cosas aparecen dispersas por allí. Por ejemplo, en el artículo “Minería o Medio Ambiente - Hacia un progresismo constructivo”, que se publicó en el último número del portal radical Escenarios Alternativos que dirige Jesús Rodríguez, el ex secretario de Minería del gobierno alfonsinista, Juan Eduardo Barrera, afirma que “ya hay producción suficiente de oro y una masa crítica de futuros proyectos como para instalar una refinería” y producir localmente oro monetario. Y en el mismo sentido favorable a una industrialización, propicia la instalación de una fábrica de baterías de litio.
Barrera lejos está de ser un contestatario. De hecho, si bien señala el peligro del uso de cianuro y la recomendación de prohibirlo que el Parlamento Europeo le hizo a la Comisión Europea (el Ejecutivo), él considera que a la Argentina no le conviene prohibir ese modo de producción. Y también se pronuncia en contra de elevar la carga tributaria sobre el sector. Sin embargo reconoce que hay un montón de países donde los gobiernos están estudiando subir la presión impositiva. Cuenta que en Chile, Perú y Ghana están queriendo subir el porcentaje de regalías, que en Canadá y Australia están revisando las escalas del impuesto a las Ganancias para tratar de captar una porción mayor de los beneficios extraordinarios, y que en Sudáfrica hay descontento con el esquema vigente y circulan rumores de estatizaciones.
Temas más que interesantes para discutir un poco sobre minas, que muy bien le haría al futuro del país.
La minería argentina viene creciendo a pasos gigantes, fundamentalmente impulsada por capitales extranjeros. Atraídas por un territorio con apreciable cantidad de reservas, y por una legislación muy concesiva votada en los años ’90, se radicaron inversiones procedentes de treinta países, hay actualmente diez veces más emprendimientos que hace siete años, y en ese período la producción se multiplicó por más de tres. Quizás el dato que mejor ilustra tanta pujanza sea que las exportaciones de oro y la de cobre ya se entreveran entre las diez principales de la Argentina. En los primeros cinco meses del año la venta al exterior de oro para uso no monetario alcanzó los 791 millones de dólares, tras un salto del 150 por ciento respecto de igual período de 2009; la de cobre fue de 733 millones, con un aumento del 66 por ciento.
Las perspectivas son aún mejores. Los acuerdos de inversión para La Rioja y San Juan que se firmaron la semana pasada en China se agregan a una vasta lista de proyectos ya en construcción, la mayoría en el noroeste, y no pocos en la Patagonia. Se espera que tanto la demanda mundial de oro como la de cobre (los dos productos locales hasta ahora más relevantes para la Argentina) se mantengan sostenidas, y en consecuencia se vislumbran buenos precios para ambos. Esa coincidencia es toda una novedad histórica, ya que generalmente el oro subía cuando había inestabilidad política y bajo crecimiento, y el cobre cuando el crecimiento era alto y había estabilidad. Ahora están subiendo los dos: el cobre por la demanda de China e India, y el oro como refugio ante la crisis financiera.
Además de los productos tradicionales, la Argentina es uno de los pocos países del mundo con reservas de litio, que es la estrella de moda y la más prometedora de la minería. El litio se usa como materia prima en la industria del aluminio, en la farmacéutica, en la cerámica, en la química, entre otras; pero su trascendencia se amplificó muchísimo como insumo para batería de celulares, de computadoras y, esencialmente, para batería de automóviles. El precio de la tonelada de litio se decuplicó en los últimos seis años. Y lo que se proyecta a partir de la masificación del auto eléctrico es impactante: según la firma de investigaciones de mercado Fuji-Keizai, el mercado global anual de baterías para autos pasará de 27 millones de dólares el año pasado a 25.000 millones en 2014. Desde hace varios años una empresa estadounidense está extrayendo litio del Salar del Hombre Muerto en Catamarca, y hay proyectos en ejecución por parte de subsidiarias de las japonesas Mitsubishi y Toyota en salares de Jujuy.
Pero a pesar de que el potencial de la minería es más que alentador, la forma en que el sector se está expandiendo limita sobremanera los beneficios que la sociedad podría obtener de esta ventaja comparativa de la economía argentina. Hasta ahora la minería se ha configurado como una actividad extractiva que agrega muy poco valor, que se orienta casi por completo a la exportación de materia prima, que goza de tratamiento tributario muy favorable, y que en varios de sus proyectos rutilantes recurre a modos de producción reñidos con el cuidado ambiental.
De todas estas características negativas, la única que ha despertado preocupación, debate e iniciativa política ha sido la última. La protección de los glaciares ha motivado una ley que Cristina vetó a pedido del lobby minero (empresas y algunos gobernadores), y que ahora ha vuelto a tener tratamiento parlamentario. A lo que se suma la intensa resistencia de grupos ambientalistas y lugareños a la explotación de megaminería a cielo abierto, y en particular al uso de cianuro.
Del resto más bien poco. El Gobierno se conforma con que la minería siga creciendo sin importarle su transformación en algo más que un sector extractivo, y aceptando pasivamente que el fisco capture una parte muy baja de la renta extraordinaria que generan estos recursos no renovables. Desde la oposición se escuchan voces críticas muy aisladas, en especial desde el bloque Proyecto Sur.
Algunas otras cosas aparecen dispersas por allí. Por ejemplo, en el artículo “Minería o Medio Ambiente - Hacia un progresismo constructivo”, que se publicó en el último número del portal radical Escenarios Alternativos que dirige Jesús Rodríguez, el ex secretario de Minería del gobierno alfonsinista, Juan Eduardo Barrera, afirma que “ya hay producción suficiente de oro y una masa crítica de futuros proyectos como para instalar una refinería” y producir localmente oro monetario. Y en el mismo sentido favorable a una industrialización, propicia la instalación de una fábrica de baterías de litio.
Barrera lejos está de ser un contestatario. De hecho, si bien señala el peligro del uso de cianuro y la recomendación de prohibirlo que el Parlamento Europeo le hizo a la Comisión Europea (el Ejecutivo), él considera que a la Argentina no le conviene prohibir ese modo de producción. Y también se pronuncia en contra de elevar la carga tributaria sobre el sector. Sin embargo reconoce que hay un montón de países donde los gobiernos están estudiando subir la presión impositiva. Cuenta que en Chile, Perú y Ghana están queriendo subir el porcentaje de regalías, que en Canadá y Australia están revisando las escalas del impuesto a las Ganancias para tratar de captar una porción mayor de los beneficios extraordinarios, y que en Sudáfrica hay descontento con el esquema vigente y circulan rumores de estatizaciones.
Temas más que interesantes para discutir un poco sobre minas, que muy bien le haría al futuro del país.